
Existe un tipo de comercio que debería cobrar entrada a sus visitantes. Me encuentro entre quienes sienten absoluta fascinación por los ultramarinos, las mercerías, las papelerías y, por supuesto, las ferreterías. Hay algo decimonónico en estos comercios, algunos incluso mantienen los mostradores antiguos y cajoneras infinitas en las que atesorar el género. Las ferreterías además imponen por la versatilidad de cada uno de los objetos que ofertan. Y todavía más a nivel lingüístico, ¡qué riqueza de vocabulario!: brocas, tuercas, tornillos, cerraduras, clavos…
El director y actor José Troncoso ha ideado esta historia que transcurre en una ferretería. Director de la compañía La Estampida, esta nueva pieza para Nueve de Nueve Teatro, comparte esa visión esperpéntica y deformada de unos personajes anodinos, como aquella tía y sobrina que viajaron en crucero en Las princesas del pacífico.
En clave de musical, Ferretería Esteban (funciona mejor el nombre en corto), relata la historia de un matrimonio que regenta una ferretería en alguna localidad aragonesa, si tomamos por bueno el acento maño de sus protagonistas. Esteban (Jorge Usón) y Marigel (Carmen Barrantes) viven una de esas vidas que se basan en el orden, el tedio y el continuismo. Lo teníamos todo, dice Marigel, “negocio, pan y compañía, íbamos y volvíamos, y todo seguía igual, como tiene que ser…”. Dentro de cierto orden, hay personas que viven este tipo de existencia, una vida con un trabajo que ha visto nacer hijos y nietos, en la que la enfermedad es la ancianidad, y donde todo transcurre con una cierta normalidad. Y lo más importante, no han sido vidas a lo “Bovary”, con frustraciones y complejos, sino todo lo contrario, trayectorias ganadas a base de esfuerzo, trabajo y amor hacia la tranquilidad. Algo insólito a juzgar por la insatisfacción permanente del individuo y el caos que suele aparecer y desaparecer cuando uno menos se lo espera.
Troncoso ahonda sobre este tipo de personas, un matrimonio que se quiere, trabajador, que disfruta de su trabajo, y que termina, complaciente, echando el cierre de la ferretería cada día de la semana. Y reflexiona en torno a las crisis vitales y a la frustración tardía, esa que llega con la mediana edad. Esteban sufre, tras asistir a una función de teatro, una especie síncope súbito de Stendhal que lo deja pensando en la música y en una vida apartada de la mediocridad y del mostrador de la ferretería. Marigel tendrá que apañárselas para lidiar con él.
En tono agridulce, que es el más inteligente tono de comedia, Troncoso plantea un drama en tono musical, con acompañamiento de piano en directo. Jorge Usón y Carmen Barrantes se hablan en tono maño, repitiendo como mantras frases comunes y fórmulas sociales de trato. Jorge Troncoso ha imaginado a una pareja que se mueve entre el cine mudo y el de animación, con un tono caricaturesco, al que va perfecto el vestuario de Juan Sebastián Domínguez. Jorge Usón calza unos mocasines pequeños y Carmen Barrantes agarra el bolso como si fuera la reina de Inglaterra.
La trama amable convierte pronto a sus personajes en protagonistas de un cuento de terror. La aparente normalidad exterior esconde los delirios artísticos del antiguo tendero. Ese tono terrorífico incorpora un guiño a dos grandes éxitos de Broadway, La tienda de los horrores (la floristería que esconde una planta carnívora) o Sweeney Todd (la pastelería que oculta a un barbero asesino).
Este musical, de arranque cómico y desenlace terrorífico, se acompasa de un humor que busca lo repetitivo y ese tono de vergüenza ajena. Sufre de cierta pérdida de ritmo hacia el final, pero consigue elevarse con la escena delirante de la madre aparecida. Entre los momentos más tiernos, el de la recreación del viaje ficticio a Canarias.
La fuerza de la obra viene marcada por una interpretación a dúo, que es excelsa en el humor y en la melancolía. Jorge Usón y Carmen Barrantes confeccionan dos personajes que, siendo caricaturescos, producen un enamoramiento súbito en el público. Dominan los números musicales y juegan, con fino equilibrio, en la exageración de los personajes. Con una escenografía que invitaría a mayor riqueza (no son éstos, tristemente, tiempos de dispendios), Usón y Barrantes encontrarían un decorado más propio a la historia triste de esta pareja de ferreteros. Ellos solos, con su enorme talento, se bastan para conjurar este cuento que levanta las risas del público y deja un poso de melancolía.
La clá
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Imágenes cortesía del Teatro Español. Fotógrafo Javier Naval.
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