La última obra del dramaturgo Alfredo Sanzol es de esas que sólo pueden nacer y levantarse en un entorno que es una fábrica teatral. Toda la maquinaria debe estar bien engrasada para que el autor se atreva a hacer un pastiche a medio camino entre Shakespeare y Lope de Vega. No es fácil arcaizar el lenguaje para que coja la tonalidad del Siglo de Oro. Tampoco es sencillo generar una trama de enredos con planteamiento, nudo y desenlace. Menos aún incorporar interludios musicales y algo que, utilizando la expresión del buen bardo inglés, es la materia de la que están hechas los sueños: el humor.
Por encima de todo, “La ternura” es un canto a la comicidad, al enredo, a los gestos cómplices, a los juegos de palabras y, principalmente, es una obra viva. Todos estos atributos salen de la mente de un dramaturgo que se siente a partes iguales escritor y director de escena, y que piensa y trabaja sobre el montaje. El “Teatro de la Ciudad” y el entorno del “Teatro de la Abadía” han propiciado que autores como Andrés Lima, Miguel del Arco (antes de embarcarse en el Pavón Teatro Kamikaze”), y el propio Sanzol hayan podido desarrollar en estos últimos años su más reciente dramaturgia.
En esta temporada, el nexo de unión ha sido la exploración del humor. Alfredo Sanzol domina este arte, pero quizás haya querido además reivindicar el papel de los clásicos. No es sólo que las obras de estos dramaturgos se hayan perpetuado, es que sencillamente es difícil imaginar y escribir con la imaginación que Lope o el teatro isabelino mostró en su época. Las comedias de enredo no son sencillas. El espectador sabe que el desenlace se producirá y acierta siempre en el final. Cosa distinta es imaginar qué situaciones enmarañaran ese resultado y cómo, a través de un hueco de ratón colocado en la trama, se las arreglará el escritor para sacar a sus protagonistas de ese atolladero.
Sanzol se ha tocado con una amplia camisa, un cuello gorguera y con pluma de ave ha disfrutado regalando una obra llena de vitalidad y humor. Un regalo para ser actor y un festín para el espectador. A una isla deshabitada desembarcan la reina Esmeralda (Elena González), las princesas Salmón (Natalia Hernández) y Rubí (Eva Trancón), huyendo del hundimiento de la Armada Invencible, y de una sociedad que aliena a sus mujeres. En la isla sueñan con instaurar una república femenina como la que inventó el clásico griego Aristófanes en Lisístrata. Mujeres que cantan proclamas como “Islas desiertas para mujeres despiertas”. Pero la isla tiene tres “Calibanes” escondidos en sus guaridas: un padre misógino (Juan Antonio Lumbreras) y sus hijos, el Leñador Verdemar (Paco Déniz) y el Leñador Azulcielo (Javier Lara). Para proteger sus vidas, ellas se disfrazarán de soldados de la armada.
La trama es un cocktail de varias obras de Shakespeare (La tempestad, Como gustéis…) y encierra, como guiño al espectador, referencias a varias de sus obras. Contándolas se pierde la cuenta: andan escondidas en los diálogos como en la mejor sopa de letras.
El montaje es una producción del Teatro de la Abadía y del Teatro de la Ciudad y en él se han embarcado algunos de los actores fetiche de Sanzol, con los que el autor ha trabajado en montajes como Esperando a Godot o Días Estupendos. No son intérpretes cualesquiera, son virtuosos de la declamación, el cante, el baile y el humor. Actores que seguro han contribuido a endulzar muchas de las escenas con sus ocurrencias. Entre mis pasajes preferidos el monólogo espejo sobre los horrores de la mujer espetado por Juan Antonio Lumbreras, y su reflejo sobre el hombre, contado por Elena González. Para los que tengan niños seguro que han jugado a decir cosas repugnantes, del tipo “eres el moco de la garrapata de un cerdo”, ya me entienden…. Pues el recurso estilístico de Sanzol, en ciertos pasajes, es ese.
Hay que estar atento no sólo a estos juegos de palabras, ni a los monólogos hilarantes (contra la mujer, como especie y contra el hombre, también como especie), sino a algo mucho más importante. Alfredo Sanzol enmascara con la trama una concepción profunda sobre las relaciones afectivas. Rebautiza el amor y el deseo físico con una palabra mucho más honda: “ternura”. Lo que uno sacrifica al no conocer pareja es algo muy profundo, un cariño que reblandece. Es una creencia preciosa la que Sanzol pone ante el espectador con versos sorprendentes sobre el amor entendido como un sentimiento de ternura.
“La ternura” es de lo mejorcito de esta temporada teatral. El público salía con crítica unánime. Qué ganas teníamos de reír. Qué divertido e ingenioso. Qué bien están todos. ¡Bravo! por este montaje en el que brillan texto, actores, vestuario, escenografía y, muy especialmente, ese trabajo de fábrica o atelier artístico, que Alfredo Sanzol lleva ya años forjando.
La clá
*
La ternura. Teatro La Abadía.
http://www.teatroabadia.com/es/home/index.php
Imágenes por cortesía del Teatro La Abadía.
Pingback: Páncreas. Butaca Preferente. Jueves 21 de Mayo, 22.45 en La 2 es Teatro. | La clá
Pingback: Privacidad. Teatro Marquina. | La clá