Cinco Años de Pavón Kamikaze.

Un lunes 21 de diciembre los medios recibíamos la nota de prensa que daba la campanada final al proyecto del Pavón Teatro Kamikaze. El cierre se producirá el 31 de enero de 2021, y hasta entonces estarán con las botas puestas. En el comunicado daban las gracias a espectadores, creadores, medios y a todos los que han contribuido a crear la comunidad Kamikaze.

La noticia provocó un temblor en redes sociales, miles de mensajes de cariño se sucedieron. Pero el shock que ha generado no es, tristemente, inesperado. Temporada tras temporada, Miguel del Arco, Israel Elejalde, Aitor Tejada y Jordi Buxó han relatado, sin tapujos, las dificultades que han afrontado en la gestión del teatro. Y eso que en el año 2017 el proyecto se llevaba el premio nacional de Teatro.

La causa no hay que buscarla en el covid19: la pandemia ha sido la estocada final a una aventura que desde sus inicios colocó a sus impulsores en un precipicio económico, pese a las alabanzas de crítica, medios y público.

El Pavón Teatro Kamikaze ha sido para muchos, entre los que me encuentro, una aventura que ha cambiado la forma en que vemos el teatro. Seguro que hay muchas historias bonitas en torno al teatro. Habrá quien se haya enamorado, quien haya encontrado una vocación, quien haya hecho nuevas amistades, y habrá muchos negocios que estén lamentando profundamente su partida. Lo dije en su día con la presentación de temporada 19/20, el barrio de Lavapiés debería nombrarles hijos adoptivos por la revitalización de calles y negocios. La zona es hoy un hervidero cool por el que pasearse.

Va a ser una incógnita ver lo que ocurra a partir del 1 de febrero, y confío en que la partida no deje un panorama de estética de ruinas. Permítanme la cursilería pero creo que cuando un teatro cierra, se apaga un hada. Y en el caso del Pavón Teatro Kamikaze tengo la convicción de que hemos fracasado como sociedad. Hacía falta dinero y recursos para apoyar un proyecto artístico como éste. Quien conozca el modelo económico del sector teatral, sabe que la taquilla no cubre ni de cerca la inversión de alquileres, producción, personal, consumos, impuestos, etc. Es desolador que uno de los mayores éxitos artísticos del panorama teatral, y dinamizador de otros negocios como el pequeño comercio de barrio, no haya encontrado apoyo ni en la administración pública, ni en la inversión privada.

En este punto hago un requiebro, porque la semblanza de estos cinco años kamikazes debe capturar los momentos de felicidad vividos, así que aparco la tristeza que me provoca el cierre para rememorar lo bueno que ha dejado la gestión kamikaze de este teatro.

Idiota. Fotografía Vanessa Rábade.

Empecé yendo al Pavón Teatro Kamikaze a ver mucho a Irene Escolar (con Lorca o con Blackbird). Desde los comienzos se notó que el equipo artístico apostaría por reinventar una y otra vez la escenografía. En Idiota, de Jordi Casanovas, se construyó una caja escénica que tendría ecos parecidos en la urna posterior que diseñó Mónica Boromello en Blackbird.

El recinto escénico del Teatro Pavón sufre muchas carencias técnicas a las que los kamikazes han plantado batalla en cada producción, entendiendo que el teatro no es sólo texto y acción. De ahí el mérito que ha tenido desde los inicios el empeño por montar cuidadas escenografías, y por ensalzar la iluminación (de la que Del Arco es devoto).

En una reciente entrevista para Radio 3 (Hoy empieza todo), Israel Elejalde explicaba que han querido durante este tiempo ocupar todos los espacios escénicos. Es decir, impulsar la nueva creación, pero también programar teatro comercial. En sus palabras, “crear un teatro popular, no populachero”. Por las tablas del Pavón, hemos disfrutado de Arte de Yasmina Reza, Juicio a una zorra (éxito ya testado por Miguel del Arco con una enorme Carmen Machi), Smooking Room o El precio.

Hamlet. Fotografía Ceferino López.

Miguel del Arco también hizo en este teatro una de las cosas que mejor sabe hacer, reversionar y visitar a los clásicos, valiéndose de un portento de la escena, que es Israel Elejalde. Los dos han sabido empeñar todo su bagaje clásico para reducir, condensar y reinventar a maestros como Shakespeare o Molière, en un ejercicio que es muy picassiano. El Hamlet o El misántropo de la temporada 2017 fueron sensacionales, y merecerían haber girado por teatros europeos. Más recientemente llegó Ricardo III, con la que han hecho tourné por varios teatros nacionales, y en la que arriesgaron de nuevo, aunque, en mi opinión, con menor acierto artístico.

Por las tablas del Pavón Teatro Kamikaze se ha montado también nueva dramaturgia, y por ahí han campado Pablo Remón (El tratamiento), Pablo Messiez (Las canciones, no se la pierdan ahora en cartel), Alfredo Sanzol (La valentía) o Jordi Casanovas (Idiota), junto con piezas de dramaturgos de las residencias artísticas.

María Hervás, en Iphigenia en Vallecas.

También hubo hueco para autores contemporáneos extranjeros, como Gary Owen, autor de Iphigenia, que se montó gracias a la obstinación de un huracán artístico que es María Hervás, uno de los talentos más asombrosos que ha pasado por el Kamikaze.

Destaca también la hermandad con Pascal Rambert, que se inició con uno de los montajes más atronadores, La clausura del amor, con Bárbara Lennie y el propio Elejalde en “la gran bronca final” (casi como el título de la canción de Nacho Vegas). Después vino Ensayo, escrita expresamente para el Kamikaze por Rambert, en un cuarteto cruzado entre Fernanda Orazi, María Morales, Jesús Noguero e Israel Elejalde. De nuevo la autodestrucción del individuo entre quienes son cercanos y queridos. En 2019 aterrizó otro proyectil de Rambert, Hermanas, esta vez con Irene Escolar y Bárbara Lennie, que se representó en paralelo en el Théatre des Bouffes du Nord, en París.

Hermanas, con Lennie y Escolar. Fotógrafa Vanessa Rábade.

Si hay algo que ha distinguido en estos años al proyecto, ha sido una firme voluntad de conseguir un teatro que vaya más allá de la función, siguiendo su predicamento artístico. Desde los comienzos, y salvo compromisos profesionales, ha sido habitual ver a Aitor Tejada con su sempiterna sonrisa en la entrada, o a Del Arco invitarnos a apagar los móviles (no dejarlos en vibrador ni en silencio) al inicio de las representaciones. Buxó, con su aire grave (es el productor del cuarteto) es también rostro habitual en la recepción del teatro.

A los kamikazes les estoy particularmente agradecida por haber colaborado desinteresadamente en dos mesas redondas organizadas por la asociación DENAE. La primera, en el año 2017, en la sede del INAEM, con los abogados Antonio Garrigues Walker (también dramaturgo), Nerea San Juan (Uría), Marta Beca (SGAE), Alfredo Sanzol, Helena Pimenta y el propio Miguel del Arco. Ya entonces Miguel del Arco comentaba las dificultades administrativas que encaraba a diario el teatro (permisos de descarga, obras de acondicionamiento), y reclamaba mayor flexibilidad regulatoria.

Miguel del Arco, en el foro DENAE en 2017, ya por entonces contando los retos de la gestión diaria del teatro.

La segunda, se celebró en el 2019 a propósito del Teatro Documento, y contó con Alba Muñoz (Proyecto 43-2), Esther Pascual (dramaturga), Magali Delhaye (abogada) y Lucía López (abogada y doctora en derecho). Lucía López fue parte del equipo de producción de Jauría, la pieza de Miguel del Arco y Jordi Casanovas en torno al juicio de la manada. En aquella charla, Lucía López explicó que aquel montaje se realizó desde los postulados de Strindberg, con el propósito firme de conmover y modificar la sociedad.

Jauría, actores y director. Fotógrafa Vanessa Rábade.

Jauría, interpretada por María Hervás, Fran Cantos, Álex García, Ignacio Mateos, Martiño Rivas y Raúl Prieto, y escrita mano a mano por Miguel del Arco y Jordi Casanovas (respetando los postulados del verbatim, es decir, sin modificar los textos originales de los escritos judiciales y policiales), es el culmen de estos cinco años de compromiso con las artes escénicas. Los kamikazes se atrevieron a montar una obra actual y polémica, la violación y el posterior juicio de la manada, y a generar un debate abierto e inclusivo sobre el montaje. No se desanimaron por las pintadas callejeras ante el teatro (fuck monetizar dramas, se leyó en un grafiti) y abrieron el debate a un público en general muy desatendido, los jóvenes y los institutos.

Quienes hayan tenido la suerte de acudir a algún ensayo general saben que el Pavón Teatro Kamikaze ha invitado desde sus comienzos a escuelas de actores y técnicos, a institutos, a entrar y conocer lo que es la creación de un montaje teatral.

Precisamente en un ensayo general se produjo uno de los momentos más desconcertantes del público. Era 2018 y Àlex Rigola estrenaba Un enemigo del pueblo, tomando la tendencia británica de hacer votar al espectador (ya lo dijo Michael Billington, crítico de The Guardian, “voting is becoming the theatrical vogue”). En aquel ensayo general, los invitados (pasándonos, la mayoría, de modernos) votamos que no tuviese lugar la representación, y ahí que se canceló, para gran enfado de unos, pitorreo de otros, e incredulidad de todos.

Entre los deberes por hacer que ha dejado el teatro está la programación infantil. Intuyo que ha sido apuesta de Buxó, pero salvo algún taller navideño o pieza de Ismael Serrano, quedó en algo residual. Detrás está esa falta de apoyo administrativo. Imposible levantar telón dos veces al día con programaciones diametralmente diferentes, con todo el gasto implícito que supone.

Vuelvo al relato personal, con un agradecimiento muy especial para todo el equipo de prensa del teatro, y en especial para Pablo Giraldo. Desde el principio el Pavón Teatro Kamikaze abrió una ventana de comunicación a los medios, sin validación ni registro previo. En la página web se colgaron vídeos, notas de prensa, dossiers e imágenes de altísima calidad. Lo digo con mucha honra, pero las crónicas de La clá no valdrían nada sin las preciosas imágenes de los fotógrafos de escena. Para el Kamikaze, la fotógrafa Vanessa Rábade ha hecho brillar los espectáculos que se han montado. Además, el equipo de comunicación se abrió a medios alternativos como éste, a blogueros, tuiteatreros, y aficionados. Gracias, muy sinceras, por las entrevistas, el contacto, los ensayos generales y el mimo.

Traición. Vanessa Rábade.

Hay una función muy especial en este repaso por los cinco años, fue el ensayo general de Traición de Harold Pinter, un 13 de marzo de 2020, dirigida por Israel Elejalde e interpretada por Irene Arcos, Raúl Arévalo y Miki Esparbé. Fue la última función antes del encierro por la pandemia, que no pudo (por voluntad propia de sus productores) ni estrenar. Durante muchas semanas de incertidumbre, quedó como mi último recuerdo del teatro en vivo.

Ni siquiera en esas semanas tremendas, frenó el trabajo artístico hacia el público. A través del Centro de Documentación Teatral, se puso a disposición del público el catálogo grabado de las producciones kamikaze, entre ellas La función por hacer. Se experimentó también con el teatro vía Zoom, con Esto es agua, coproducido con el Teatro La Abadía, e interpretado desde casa por Israel Elejalde.

Con la reapertura se han recuperado algunos montajes, como Doña Rosita, anotada o Las canciones, actualmente en cartel. El teatro va a seguir abierto unas semanas más, y no hay mejor homenaje que acudir al Pavón Teatro Kamikaze a disfrutar de las últimas representaciones.

A todo el equipo que forma el Pavón Teatro Kamikaze, y a todos los artistas, técnicos, colaboradores y creadores que han formado parte del proyecto, muchas gracias por cinco años de teatro de altísima calidad, por la cercanía y por hacernos pensar gracias al teatro.

Hasta pronto.

La clá

www.lacla.es

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Imágenes cortesía del Pavón Teatro Kamikaze. Fotógrafos: Vanessa Rábade, Ceferino López.

Fotografía de DENAE, cortesía de SGAE (fotógrafo Luis Camacho)